martes, 2 de octubre de 2007

HISTORIA DE UN ARBOL

Arbol amarillo de la Ciudadela de Pamplona























La fotografía es un arte que a muchos atrae, a algunos envuelve y que pocos entienden realmente. Cuando el profesor nos propuso una práctica que consistía en sacar fotografías a un árbol, todo un carrete a un mismo árbol, creímos que este trabajo no nos permitiría desplegar nuestras capacidades como principiantes fotógrafos que buscan lanzarse a la captura de una de esas fotografías que tanto nos llaman la atención: niños con sus sonrisas esperanzadorasy ojos como platos, ancianos con miradas indiferentes rendidos ante el paso del tiempo, grandes paisajes silenciadores dignos de admirar... Un árbol no tiene nada de eso.

Como dijo el profesor en clase, la estructura del árbol es similar a la del cuerpo humano: tiene tronco, el cual podría compararse con el torso humano. Posee raíces, que podrían ser los pies del ser humano; y tiene una copa con sus ramas, que podrían ser los brazos y la cabeza del hombre. Al comenzar con la fotografía nos adentramos en un modo distinto de ver el mundo y de comprenderlo. Me gustaría comenzar a fotografiar personas de carne y hueso, pero para ello he aprendido con esta práctica que es necesario conocer primero los elementos que nos rodean. No se trata de disparar y fotografiar a lo primero que nos llame la atención sino que la fotografía pretende ir más allá de lo que el ojo no ve. Se trara de saber expresar lo que cada uno llevamos dentro y cómo plasmamos las sensaciones que transmite nuestro entorno. Es más, antes de lanzarnos a retratar expresiones es importante saber entender todo aquello que vive a nuestro alrededor. Por esto creo que retratar un árbol es un buen ejercicio necesario antes de enfrentarnos al complicado mundo de la persona fotografiada.
El árbol es inmóvil. Podemos apretar el botón disparador de nuestra cámara tantas veces como queramos sin que nuestro modelo se perturbe lo más mínimo. He de confesar que para mí ha sido sumamente importante que mi árbol en cuestión se dejara fotografiar de una forma tan entregada. Incluso he podido sentir que en ocasiones me llamaba y me decía que quería ciertas perspectivas complicadas para mí. En fín, al árbol le gusta la fotografía, más aún, le gusta que lo fotografíen, y para eso el mío se vistió con un traje amarillo de preciosos brillos dorados. Las hojas, cuya gran mayoría había cedido paso al otoño dejándose caer con la brisa de los atardeceres, guardaban aún entre tanto verde del paisaje, su peculiar color. He intentado plasmar en mis fotos la singularidad de este árbol, como si no dependiera de paisaje ni contexto ni compañía. Situado en un lugar aparte de los demás árboles, éste deseaba sobrevivir el paso del tiempo como si de una planta autónoma se tratara.
Pero lo cierto es que el otoño ha llegado. Y aunque hoy el cielo simula una especie de verano nostálgico, el resto de árboles se rinden al ciclo de la vida y sus colores y sus hojas van dando paso a una nueva era. He descubierto otra forma de mirar a los árboles, naturaleza viva: cada uno tiene una personalidad y una forma de expresarse, como los serer humanos. Tal vez sean estáticos, pero mi árbol me dijo que quería que lo fotografiara potente, llamativo, veraniego. Sí, hizo que me moviera a su gusto en cada fotografía.








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