miércoles, 7 de noviembre de 2007

Mercado de Santo Domingo















La gente, la comida, los establecimientos, un perro solitario... cuando uno va caminando por ciertos lugares de una pequeña ciudad siempre tiene la suerte de encontrar ese calor humano que nos proporcionan los lugares de toda la vida, los rincones que nos hacen sentir un cosquilleo especial, como si estuviéramos en familia.son lugares que no tienen comparación con nada más, porque no hay nada que se les parezaca. Son esos sitios que tienen las puertas de madera, o el suelo estropeado, o las escaleras descoloridas... pero también algo que hace que se respire familiaridad, que haga que te sientas agusto, aceptado...
La verdad es que no es facil coger la cámara fotográfica y pedir a un pescadero, a un carnicero, a una frutera... que posen, que sonrian; especialmente cuando han pasado la mañana trabajando sin descanso. "Ha sido una mañana dura, con trabajo, mucho trabajo", como me dijo ese pescadero tan simpático. Pero he aquí la contradicción, mientras pronunciaba esas palabras con el cansancio dibujado en su rostro, la sonrisa de un hombre alegre y cercano se distinguía entre sus arrugas. Y esque el ser humano tiene ese extraño poder de transmitir tranquilidad y compañía sin que las apariencias lo reflejen. Podemos sentir en nuestro interior algo totalmente contrario a lo que reflejan nuestros rostros. Esto ya lo sabía yo de antemano, y además el profesor nos empujó a que habláramos con los trabajadores del lugar. Porque todos tienen historias que contar, porque todos forman parte de un mismo lugar que los une, porque siempre lo que hay detrás de un mostrador de pescados o de verduras es una persona... Como periodista supe en ese momento que la gran parte de mi trabajo consistía en entender a los demás, estuvieran en la situación que estuvieran. Así que me arriesgué. Entablé conversación con unos cuantos, traté en la medida de lo posible de hacerles sonreir... no fue demasiado dificil porque para mi sorpresa la mayoría de ellos tenían buen humor, un carácter tan agradable que me sentía en mi casa. Claro, esto debe ser parte de ese sentimiento de familiaridad que transmite el lugar.
El resultado fue incluso mejor de lo esperado: no es que todo fueran sonrisas, poses o largas charlas... pero casi sin darme cuenta entablé conversación con gente que desconocida para mí, visité rincones curiooso... y la experiencia resultó muy gratificante. Tanto que atravesé la puerta del lugar con una sonrisa en mi cara.

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